Introducción
A lo largo de la historia, hombres y mujeres han inventado diversos artilugios que facilitan sus labores diarias, ya sea que estos reduzcan el tiempo de producción en los procesos o bien, simplifiquen el trabajo. Es el caso del malacate, una pieza hecha de cerámica, piedra, hueso o metal, que sirve como contrapeso en un huso de hilar y en torno al cual se enrolla el hilo.
Estos pequeños enseres sirvieron para agilizar la labor del hilado, y fueron tan importantes que, por ejemplo, en algunas culturas mesoamericanas, a las recién nacidas se les colocaban malacates en las manitas, junto con otros utensilios, a manera de “iniciación” en las actividades propias de su género.
De igual forma, cuando una mujer hilandera moría, se le enterraba con su mejor vestido y los instrumentos de trabajo que la acompañaron en vida, entre los cuales se encontraban los malacates. Esta costumbre aún puede observarse en algunas comunidades amuzgas de los estados de Oaxaca y Guerrero, en México. Las madres, además de su conocimiento, heredaban los malacates a sus hijas y con ello una forma de perpetuar la tradición de las generaciones anteriores.
Por cierto, la palabra malacate deriva del náhuatl malacatl que quiere decir “dar vueltas” o “girar en sí mismo”. Los malacates se usaban dependiendo del tipo de fibra que se iba a hilar, por ejemplo, los más pequeños se utilizaban para hilos cortos como algodón, plumas o pelo de conejo y por el contrario los más grandes y pesados se empleaban para la fibras largas como el ixtle o la lechuguilla. Algunos tienen dimensiones más pequeñas, probablemente porque tuvieron un carácter ceremonial.
Gracias a las excavaciones arqueológicas se han podido encontrar ejemplares de malacates que datan desde tiempos anteriores a la llegada de los conquistadores castellanos. La mayoría de ellos están adornados con motivos geométricos, animales o florales, aunque también se han encontrado algunos con figuras humanas.