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Autorretrato Manuel Ocaranza

1862
Óleo sobre tela
138 x 110 x 10 cm.
Colección Museo de Historia Mexicana

Con estudiada elegancia –el pincel y la paleta como atributos de su oficio–, el joven artista hace de sí mismo un personaje en este autorretrato. Se muestra como un joven apuesto de cabello hirsuto, que parece haber sido sorprendido en plena actividad artística, no obstante que viste un elegante traje de día. Aunque evidentemente posa frente a un espejo, aparece como si pintara al aire libre; al fondo se observa el bosque cubierto por un celaje oscuro, paisaje que tiene el halo de misterio que tanto gustaba a los románticos. A lo lejos se avista el Castillo de Chapultepec, como si fuera el objeto de su pintura; aún no aparece el alcázar, lo cual indica que la obra fue pintada antes de la llegada de Maximiliano de Habsburgo, quien lo mandó construir.

Manuel Ocaranza nació en Uruapan, Michoacán, en 1841 y murió en 1882. A los veinte años inició sus estudios en la Academia de San Carlos. En 1862 se menciona su copia del San Juan Bautista de Ingrès, que aún permanece en el acervo de esa institución. la obra que vemos debe ser aproximadamente del mismo año. Se ha sugerido que en los primeros años de la ocupación francesa el artista volvió a su lugar de origen y se unió a la resistencia, pues profesaba ideas liberales y durante los dos o tres años siguientes no hay noticia de él.

A partir de 1865 reapareció en la Ciudad de México. En 1874 ganó una beca para ir a Europa, donde copió algunas obras maestras y realizó obra personal. Su visión estética se inscribe en el Romanticismo: en obras como El amor del colibrí, la flor muerta y la equivocación muestra la ensoñación amorosa como una fuerza que no puede controlarse y que produce melancolía. Mujeres a la vez delicadamente espirituales y sensuales aparecen en rincones íntimos con algunos símbolos de la virtud amenazada, como la carta amorosa, el colibrí que ronda y la azucena rota.

En su Autorretrato puede observarse un rasgo de humor y un refinamiento personal, esteticista, sin duda evocador de un principio individualista. Hay que notar que el artista se ve a sí mismo como un personaje orgulloso y satisfecho, señal del valor que se le da a una profesión socialmente en aumento y de que al artista comienza a vérsele como un ser con dotes especiales. Sobre Ocaranza escribió José Martí, de quien fue amigo: «… pienso en él cada vez que veo algo bello…» (carta a Manuel Mercado, 19 de abril de 1871). Cuando estuvo en México, el prócer cubano tenía un dibujo del Castillo de Chapultepec que le hizo el artista.