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Paisaje urbano de la Ciudad de México

V. Sánchez Muñoz
1956
Óleo sobre tela
83 x 112 x 6 cm.
Colección Museo de Historia Mexicana

Desde lo alto de un cerro, de norte a sur, el artista captura el paisaje del valle donde se sitúa la Ciudad de México. La mancha urbana de mediados de los años cincuenta se ve a la distancia, en tanto en el entorno inmediato presenciamos, como si fuéramos espectadores incidentales, un paseo familiar de fin de semana en las afueras de la capital.

El punto central es la encrucijada de la avenida Acueducto de Guadalupe y la avenida de los Insurgentes, flanqueada esta última por los monumentos de bronce de los emperadores aztecas Izcóatl y Ahuitzotl –comúnmente llamados «Indios Verdes» por el color de su pátina–. Esculpidas por el artista mexicano Alejandro Casarín en 1902, estas dos piezas señalaron durante muchos años el extremo norte de la ciudad y la salida de la carretera a Nuevo Laredo, Tamaulipas. A lo lejos se distingue el centro de la urbe, donde se levanta la Torre Latinoamericana, en ese momento el rascacielos más alto de América Latina. El edificio fue terminado precisamente en 1956, mismo año de esta obra.

El Acueducto de Guadalupe, construido en el siglo XVIII y alimentado entonces por el río de los Remedios, dobla en el extremo oeste hacia el sur. En la misma dirección, pero más cerca del observador, hay dos elevaciones topográficas, una de las cuales es el cerro del Tepeyac, con la antigua Basílica de Guadalupe en uno de sus costados.

Obra de un artista marginal, pero sin duda con formación técnica en la perspectiva y heredero de la tradición paisajística del Valle de México, que tuvo su más alto exponente en José María Velasco, esta pintura documenta un momento en la vida de nuestro país. Evoca una década de explosión demográfica y constructiva, en la que el desarrollo industrial que despegó en los años cuarenta impulsó el crecimiento de la clase media. La escena recuerda una instantánea fotográfica, por el juego con la pelota suspendida en el aire y el auto que entra en escena. La vida moderna, con sus comodidades tecnológicas y la exaltación de la unidad familiar y el progreso, era una aspiración de los habitantes de la metrópoli.