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Cruces procesionales

Autor desconocido
Siglo XVIII
Plata fundida y cincelada con partes repujadas montadas sobre base de madera dorada y policromada
101 x 65 x 29 cm.
Colección Museo de Historia Mexicana

Las procesiones jugaban un papel importante en los ritos litúrgicos de la Colonia. En su forma más sencilla, eran precedidas por el sacerdote desde la puerta de la iglesia hacia el altar, pero también eran frecuentes los recorridos por las calles cercanas al templo, en los que se llevaban imágenes y se hacía profesión de fe, mostrando la unidad orgánica de la comunidad y conmemorando un peregrinaje santo, o bien la Pasión de Cristo. Se trataba de ocasiones para demostrar la fuerza de la Iglesia y atraer a la práctica de la religión con el fausto de la ceremonia.

Desde el siglo XVI se formaron en torno a los templos cofradías que veneraban a un santo patrono o una advocación de Jesucristo o la Virgen y celebraban con procesiones y misas las festividades del calendario ritual. Estas hermandades no se limitaban a la práctica religiosa; había un compromiso de apoyo recíproco. Los gremios de distintos oficios formaban sus propias cofradías.

La cruz era el símbolo más reverenciado. Las tres cruces por lo común son una referencia al Calvario, pues recuerdan a Jesucristo entre los dos ladrones, Dimas y Gestas. En este caso, sin embargo, se han colocado en la peana tres imágenes de Cristo crucificado. Es posible que la reiteración sea un pretexto para mostrar la riqueza del templo, una alusión a la Trinidad en Cristo, una forma de incluir objetos de distintos patronos o cofradías, o en efecto una referencia a las tres cruces del Gólgota. Lo cierto es que la acumulación y exceso ornamental eran un aspecto fundamental del lujo que rodeaba la liturgia. Cabe la posibilidad de que estas cruces hayan sido ensambladas en la base para sentarlas sobre una mesa.

Cada cruz de este conjunto se levanta sobre un nudo globular que sirve como remate a un báculo. Es la cruz de la evangelización, que simboliza el triunfo del cristianismo sobre el mundo, si bien en estos casos el nudo se muestra muy estilizado. Están labradas por ambas caras y en el cruce del eje con los brazos tienen representaciones iconográficas por los dos lados.

Los tres ejemplares reunidos en esta pieza poseen estilos distintos, pero incorporan las técnicas de fundido, repujado, cincelado y ensamblado de láminas de plata en que los plateros novohispanos eran maestros. En los tres casos, el alma de la cruz es de madera y está recubierta por láminas de plata; el Cristo fue fundido como pieza independiente.

La mayor tiene un trabajo de fundición con crestas orladas en todo el perímetro y está repujada con gran delicadeza. Todo el contorno superficial es una decoración de hojas que realza el centro con acabado de espejo. El Cristo expirante posee una expresión apacible y lleva un resplandor en torno a la cabeza. Por el reverso está repujada la imagen de la Inmaculada Concepción.

La segunda cruz al centro, lleva arcos en ojiva que forman tréboles en los cuatro extremos, con un querubín barroco enmedio. Las caras están decoradas con diseños vegetales. Al centro está labrada la Virgen de Guadalupe y, sobrepuesta, la figurilla de Cristo muerto. Por atrás puede verse la imagen de Cristo predicando. El trabajo de repujado y cincelado del nudo también es exquisito. Según los especialistas, las cruces procesionales tienen un lado Cristológico y otro Mariano. Si este fuera el caso, aquí el Cristo estaría sobre el lado opuesto.

La cruz del frente es la de menor tamaño y su lámina de plata es más delgada. El nudo tiene acabado de espejo; la forma curveada del eje y los brazos de la cruz y el decorado simétrico de las caras, con espejos entre diseños demarcados, le dan un aspecto sobrio, propio del manierismo. En el centro está la imagen del Cordero de Dios, con la cruz en diagonal, que recuerda el señalamiento de Juan el Bautista: Ecce Agnus Dei –he aquí el Cordero de Dios–. Por atrás se advierte, labrada, la imagen de la Virgen de Guadalupe.

La peana da al conjunto su carácter añejo y permite imaginar la atmósfera austera y solemne de una sacristía novohispana, con sus pesados muebles y protocolos.