La boda entre la princesa Petronila de Aragón y el conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, inauguró en el siglo XII el inicio de un complejo territorio que se denominó Corona de Aragón. La nueva demarcación, compuesta por el reino de Aragón y el condado de Barcelona, se expandió durante los siguientes siglos hasta extender su dominio a los reinos de Valencia, Mallorca, Sicilia, Malta, Cerdeña y Nápoles, región que abarcaba todo el sur de la península itálica. La disposición de estos territorios dejó al centro un espacio más importante: el mar Mediterráneo.

Aragón es indispensable para comprender los intercambios artísticos entre las penínsulas ibérica e itálica durante el siglo XV, momento en que el estilo renacentista de representación se expandió por Europa. En España, este estilo desembarcó en Valencia y Barcelona a través de artistas que integraron la influencia italiana con tradiciones locales como un gusto particular por el retablo.

Antes de morir, el rey Fernando I de León dividió sus apenas reconquistadas tierras entres sus tres hijos: Alfonso, que heredó el reino de León; García, obtuvo Galicia; y Sancho, su primogénito, un condado que convirtió en reino durante el siglo XI: Castilla.

Tras siglos de batallas contra el Imperio musulmán del sur de la península y la conquista de otros reinos cristianos, Castilla llegó a abarcar la mayoría del territorio ibérico. Para el siglo XIV, la Corona incluía los reinos de Castilla, Toledo, León, Galicia, Córdoba, Murcia, Jaén y Sevilla.

En 1469, la reina Isabel I de Castilla y el rey de Aragón, Fernando II, contrajeron matrimonio y con ello unificaron las dos coronas más grandes del territorio hispano. Con el poder que conllevó esta unión conquistaron Granada, el último bastión musulmán, así como el reino cristiano de Navarra. De esta manera quedaron conformadas las fronteras del actual territorio español.

El matrimonio de la hija de los Reyes Católicos, Juana I ‘La Loca’, con Felipe I ‘El hermoso’ de la casa de Habsburgo, extendió las fronteras hispánicas hacia el norte de Europa. El hijo de ambos, Carlos I, heredó los territorios peninsulares a la par que Flandes, una región que se ubicaba dentro de la actual Bélgica.

Tras la reforma protestante, los Países Bajos, recién incorporados a la monarquía hispánica, sufrieron una división: las provincias del norte se rebelaron dando inicio a la guerra de los ochenta años, que terminaría a mediados del siglo XVII con su independencia. Esta división crearía dos escuelas artísticas: la flamenca, referida a Flandes y los Países Bajos Españoles; y la holandesa, de las provincias del norte.

La llegada de conquistadores españoles a América provocó la incorporación de nuevos y vastos territorios al Imperio español.

La sociedad novohispana y su producción artística fueron distintivas por ser producto de la complejidad y diversidad cultural de sus habitantes; combinaron la tradición europea con la mano de obra indígena. La Nueva España era el paso obligado de la ruta transpacífica hacia las colonias de oriente desde Acapulco y afluencia de caminos desde la ruta transatlántica que zarpaba de Sevilla. Estos desplazamientos constantes generaron un rico mosaico de expresiones culturales que dieron muestra del mestizaje, la fusión y la riqueza de tradiciones, ideas, creencias y expresiones artísticas que se hicieron presentes en el territorio novohispano.

Un nuevo sistema de representación creado en los Países Bajos en la década de 1420 reunió elementos pictóricos de diversa procedencia norteuropea. Desde el siglo XV, los viajes de artistas entre Flandes y la península ibérica influyeron de manera especial en la pintura local que, junto con las tradiciones de cada región, desarrollaron nuevas escuelas como la hispanoflamenca.

En el siglo XV emergió con fuerza un recurso que modificó la forma de transmisión de imágenes, así como su velocidad y alcance: el grabado. Las nuevas formas de reproducción, así como el aumento en la cantidad de ejemplares que podían replicarse, permitieron que cada vez más personas tuvieran acceso a imágenes anteriormente confinadas a templos y palacios.

Las rutas de comercio abrieron camino a la circulación de estos documentos, mucho más transportables y asequibles que los lienzos destinados a la burguesía del momento. De esta manera, viajando junto con metales preciosos y conquistadores, las imágenes en blanco y negro colonizaron a su vez territorios insospechados.

El Imperio español desplegó una compleja red de intercambio comercial entre los reinos hispánicos con la designación del puerto de Sevilla como única cabecera de la ruta hacia América. Las embarcaciones cruzaban el océano Atlántico para tocar Santo Domingo y después La Habana para desembarcar finalmente en Veracruz.

El galeón de Manila, conocido como la Nao de China, realizó su primer viaje en 1565, partiendo de Filipinas hacia el puerto de Acapulco que se convertía en un concurrido lugar en donde se desvelaban las mercancías dos veces al año. A su vez, la Nao de Acapulco zarpaba del lugar del mismo nombre con grandes cantidades de plata novohispana que atravesaban el océano Pacífico hasta llegar a su destino en el archipiélago.

De igual manera que los pintores, escultores y creadores viajaron entre los reinos hispánicos, también las ideas que dieron origen a piezas artísticas siguieron complejas rutas donde se entrecruzaron textos, pinceles, imágenes e historia. Tal es el caso de las pinturas más célebres de Bartolomé Esteban Murillo (1617–1682), sus representaciones de la Inmaculada Concepción. 

El tapiz monumental que forma parte de la exposición es resultado del intercambio de productos de los territorios con los que la Corona española mantenía relación comercial: seda importada de Venecia, lana de origen inglés, tintes como el azul índigo -importado de la India- o bien, el añil y el rojo, de la grana cochinilla, traídos del continente americano.

Todas estas rutas materiales confluyeron en la ciudad flamenca de Bruselas, entonces ducado de Brabante. Ahí se estableció un importante centro tapicero regido por un poderoso gremio desde 1448.