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Retrato de Francisco I. Madero

José Joaquín Romero
1911
óleo sobre tela
104 x 74 cm.
Colección Museo de Historia Mexicana

El brillo castaño y cálido de los ojos de Francisco I. Madero, su rostro barbado y su figura menuda fueron captadas con frecuencia por las cámaras que siguieron el curso de la acción revolucionaria. Aquí, un civil de mirada precavida viste de estricta etiqueta. Solamente los destellos satinados de la banda tricolor revelan su investidura presidencial.

Amparado en el Plan de San Luis y el lema «Sufragio efectivo, no reelección», Francisco I. Madero inició la Revolución mexicana. Derrocada la dictadura de Porfirio Díaz, fue presidente constitucional de México del 6 de noviembre de 1911 al 19 de febrero de 1913; tres días después fue asesinado.

Sus quince meses en el poder sirvieron para demostrar que un ideario político, honradez y buenas intenciones no son suficientes para gobernar en medio de intereses encontrados. Madero confiaba en la democracia, la ley y la libertad de expresión. Quizá su excesiva confianza le impidió ejercer la autoridad para enfrentar eficazmente la crítica y las rebeliones que debilitaron su régimen. Quizá no había conciliación posible en un Estado fragmentado y desigual.

La firma de Joaquín Romero aparece en dos retratos de la colección del Museo de Historia Mexicana: uno es de Porfirio Díaz; el otro, de Madero, ambos presumiblemente basados en fotografías. El cambio de poderes no puso reparos al retratista oficial del mandato porfiriano. La delicada luminosidad y precisión de la obra que aquí se presenta revela su oficio depurado.

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