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Estuche de rasurar

Siglo XVIII
Piel de tiburón, plata y carey
Colección Museo de Historia Mexicana

Estuche de rasurar perteneciente a Miguel Hidalgo y Costilla.

De estilo rococó es este estuche de vaqueta en forma de rectángulo vertical, que se abre ligeramente en campana en las uniones de la caja y la tapa; está decorado con planchas de plata que forman cartelas de rocalla calada, sobrepuestas en el frente y en la tapa; se sienta sobre una breve base, y tiene una manija también de plata en la parte superior para abrir la tapa y desplazar la pieza.

En su interior lleva varios departamentos construidos en madera y forrados en terciopelo, hechos a la medida para guardar ocho piezas necesarias para el arreglo personal de un caballero: un espejo (16.5 x 7.7 cm) de forma rectangular en sentido vertical, con copete y guarniciones angulares de plata; cinco navajas (2 x 30 cm) plegables, que tienen hojas de metal y soportes en carey con aplicaciones de plata en los extremos; una pieza de metal para afilar navajas (3 x 17 cm), y un peine de carey (6.6 x 12.5 cm) con dientes de distintas dimensiones (unos más finos y otros más anchos), con un adorno de plata en el extremo y un nombre grabado en abreviaturas en la superficie de su parte central: «Migl Hg Costilla», motivo que despierta el mayor interés por el conjunto.

¿Perteneció el estuche a Miguel Hidalgo y Costilla? Hay especulaciones que son útiles, porque permiten explorar el rico testimonio que un objeto rinde sobre su época y abordar aspectos poco conocidos de la vida de los personajes históricos a quienes se les vincula, de tal manera que pueden contribuir a la comprensión de sus acciones. Además del nombre grabado, hay elementos que permiten conjeturar que el servicio de toilette que presentamos pudo pertenecer al clérigo de Dolores que tuvo el arrojo de iniciar nuestra revolución de Independencia.

La pieza revela una organización del trabajo y del comercio relativamente compleja: requirió los oficios de un diseñador, talabartero, carpintero y platero, además de objetos encontrados en el mercado, como peine, espejo, navajas y afilador, productos terminales de respectivas líneas de extracción y producción de materiales.

Para tal organización debía existir un mercado suficientemente amplio de clase media, pues las piezas no son lujosas y están diseñadas para ser empleadas por el propio dueño; en esta época los grandes señores podían tener servicios mucho más delicados, fabricados en materiales suntuarios, como marfil, plata, oro y maderas preciosas. El origen de éste, por tanto, debió ser un taller urbano, ya fuera europeo o novohispano, pues el rococó se había asimilado también en América.

Con el crecimiento de las ciudades y la burguesía, desde principios del siglo XVIII se había extendido en Europa el comercio de artículos de uso doméstico y accesorios de vestir.

El estilo rococó, con su ornamentación de delicadas grutas, cascadas, conchas, vueltas y contravueltas, y con la celebración de la vida mundana y los pequeños placeres domésticos, se propagó en diversas artes industriales y decorativas, asociado a la tendencia a buscar el confort, la elegancia, el sello personal y el disfrute de la vida privada. El exceso de ornamentación y la apariencia de frivolidad llevaron el estilo a un agotamiento, pero con el advenimiento del pensamiento individualista y el ascenso social de cada vez más personas educadas, resurgió a finales del siglo.

El sencillo servicio de arreglo masculino que comentamos proviene de ese momento, cuando el refinamiento y la diversificación de hábitos y objetos de la vida privada se hicieron evidentes también en la Nueva España. En las ciudades del Virreinato se comerciaban muebles de estilo inglés y francés, y de Europa venían encajes y terciopelos, relojes, porcelanas y herramientas metálicas como tijeras y navajas, todo lo cual podía formar parte de un ajuar personal, o bien del salón, boudoir o gabinete particular de un clérigo, comerciante o funcionario de clase media.

Miguel Hidalgo y Costilla no sólo era un clérigo ilustrado, podría decirse que era un hombre de mundo: profesaba ideas personales respecto a la religión, leía filosofía reciente sobre la división de poderes y el progreso basado en la igualdad, organizaba tertulias en las que se representaban obras de Racine y Moliére y enseñaba a los indígenas diversos oficios e industrias como el cultivo del gusano de seda y las colmenas. Además, tenía experiencia en la rectoría de un colegio superior, era un buen jinete y se sabe que en su vida privada sostuvo relaciones que engendraron varios hijos. Este hombre industrioso e inquieto bien pudo hacer uso de tal nécessaire, en una época en que la etiqueta personal indicaba un rostro afeitado a diario